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«Mi ordenador ¡no me ha sonreído jamás!»
Nuestra sociedad está tan enferma que nos comunicamos sin emoción, las madres no saben coger a sus bebés en brazos y no enseñamos a los niños a vivir
Boris Cyrulnik es neurólogo, psiquiatra y psicoanalista. Es mundialmente conocido por su teoría de la resiliencia, la capacidad que tienen las personas de recomponerse después de momentos vitales difíciles. Ha publicado numerosos libros entre ellos Los patitos feos, Bajo el signo del vínculo y Las almas heridas (Gedisa).
¿Por qué de pequeño ya quería ser psiquiatra?
Durante la Segunda Guerra Mundial una parte de mi familia murió en un campo de concentración. Yo fui arrestado por los nazis y no comprendía porqué querían matarme. Pensé que todo era una locura, y para evitar que el nazismo volviese otra vez, con mi mentalidad infantil de entonces, decidí que de mayor tenía que ser psiquiatra.
Usted utiliza a menudo la palabra locura…
La historia de la Psiquiatría es en cierto modo una historia de la locura. Antiguamente la locura era algo médico: se creía que la sífilis, por ejemplo, infectaba el cerebro. O también se asociaba a la meningitis o a la falta de yodo. Hoy en día, con el desarrollo de la psiquiatría, ya no es algo médico, sino que tiene que ver con el desarrollo psicosocial.
Y existía la “cirugía de la locura”.
Al médico que la descubrió la lobotomía le dieron nada más y nada menos que el premio Nobel. Descubrió que cortando el lóbulo frontal del cerebro, la angustia desaparecía. Y estamos hablando de la angustia por los exámenes, o por problemas matrimoniales… El lóbulo frontal es el núcleo neurológico de la anticipación y una vez cortado perdemos la capacidad de anticiparnos en el tiempo. ¿No es curioso?
¿Cree que grandes visionarios y místicos de la historia hoy serían considerados enfermos mentales?
Los grandes místicos son siempre innovadores y muy transgresores. Y hoy, o bien serían confinados en hospitales psiquiátricos… o bien idolatrados por la masa. Sin ir tan lejos, actualmente hay políticos que son grandes paranoicos. Y encima les votamos.
¿Cuáles cree que son “los crímenes” de nuestra sociedad ?
No educar bien a los niños. Dejarlos en un entorno sin cultura.
Pero se les da conocimientos…
No se les está enseñando lo más importante: no se les está enseñando a vivir. Se les ha cortado el vínculo con la naturaleza. Ya no ven a sus padres trabajar en el campo o en el taller.
¿De qué tipo de cultura está hablando?
Cuando hablo de cultura, me refiero a la naturaleza sensible. A lo que percibimos. También a la ecología.
¿Realmente, la sociedad y la maternidad ha cambiado tanto?
En Francia, hoy en día, las madres tienen a los hijos de media a los 31 años y mantienen un vínculo con la maternidad muy diferente al que tenían sus madres y abuelas… Las abuelas iban a la fábrica siendo muy jóvenes. Trabajaban seis días a la semana y solo aspiraban a casarse jóvenes para dejar aquello. Y entonces estaban con los niños y los educaban y lo sabían casi todo sobre la maternidad.
¿Y ahora?
Las madres de hoy casi no saben cómo agarrar a sus bebés en los brazos. Si tienen un problema, llaman al pediatra o consultan un libro.
Cada vez nos vinculamos menos…
Enviamos mensajes de teléfono con emoticonos, pero sin sentir emoción alguna. La comunicación en Internet no es relación. Mi ordenador ¡no me ha sonreído jamás! Mi ordenador no se expresa.
Sin embargo, puede favorecer la creación de vínculos…
El mundo de la tecnología es como el mundo de la palabra. Es maravilloso y a la vez terrorífico. Es cierto que con Internet podemos comunicarnos mejor, pero nos desconecta del otro.
¿La palabra está sobrevalorada?
El ser humano vive en un mundo de representación simbólica, pero eso a la vez nos impide tener un vínculo más profundo con la realidad directa. La palabra implícitamente nos lleva al delirio por esa desconexión de la realidad de la que hablábamos.
Jiddu Krishnamurti dijo que no es sano estar adaptado a una sociedad profundamente enferma.
Sí, yo también creo que nuestra sociedad está enferma. Todas las sociedades están enfermas. Porque están basadas en un mundo de símbolos, y eso nos lleva al delirio. La solución sería volver al vínculo con lo natural. De todas formas, me gustaría dejar claro que hay que preservar la cultura, porque sin ella es imposible desarrollarnos como seres humanos