Anna Forés Miravalles

Per seguir somiant


Guías para desarrollar las competencias socioemocionales, ideas y propuestas

Enllaç permanent: https://ddd.uab.cat/record/256248

Breu guia didàctica per desenvolupar competències socioemocionals
Zárate Alva, Nair Elizabeth  (Universitat Autònoma de Barcelona)
Soldevila, Anna  (Universitat de Lleida)

Títol variant:Breve guía didáctica para desarrollar competencias socioemocionales
Data:2019
Ajuts:Ministerio de Economía y Competitividad EDU2016-77284-R
Drets:Aquest document està subjecte a una llicència d’ús Creative Commons. Es permet la reproducció total o parcial, la distribució, la comunicació pública de l’obra i la creació d’obres derivades, sempre que no sigui amb finalitats comercials, i sempre que es reconegui l’autoria de l’obra original. 
Llengua:Castellà
Document:Objecte d’aprenentatge

Català
23 p, 1.3 MB

Castellà
22 p, 1.3 MB

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NOVEDAD EDITORIAL: EDUCACIÓN 2020-2022. RETOS, TENDENCIAS Y COMPROMISOS, abierto para tod@s

 

El Instituto de Investigación en Educación (IRE), de la Facultad de Educación de la Universitat de Barcelona, presenta Educación 2020-2022. Retos, tendencias y compromisos, el segundo libro de la colección “Retos, tendencias y compromisos en educación”, que ha sido coordinado por Teresa Lleixà, Zoia Bozu y Assumpta Aneas.

El volumen cuenta con veinte capítulos organizados en tres partes: Pensamiento pedagógico y transformación social; El sistema educativo no universitario: innovación e inclusión, y La universidad promotora del cambio educativo. Cada parte está compuesta por artículos cortos, donde autores y autoras identifican problemáticas educativas de actualidad. Analizando las tendencias presentes y basándose en sus propias investigaciones, establecen los compromisos que sería necesario adquirir para dar respuesta a dichas problemáticas.

Sin duda, el gran número de cuestiones que aquí aparecen constituyen una buena prospectiva de la investigación en educación en el seno del IRE-UB para el próximo bienio. El deseo es que también originen nuevas inquietudes que den lugar a una transferencia efectiva de los resultados de la investigación en el entorno educativo.

Descarrega el llibre en castellà. – Descarrega el llibre en català.

Autores:
Miquel Amorós, Alex Egea, Ferran Sànchez-Margalef, Isabel Vilafranca, David Bueno, Anna Forés, Miquel Mar- tínez, Francisco Esteban, Sara Burgada, José Luis Rodríguez-Illera, Antonio Bartolomé, Xus Martín, Carles Vila, Ruth Vilà, Montserrat Freixa, Niella M. Venceslao, Angelina Sánchez-Martí, Assumpta Aneas, Omaira Beltrán, María Cruz Molina, Sebastià Verger, Merce Garcia-Milà, Ana Remesal, Chrysa Rapanta, Fabrizio Macagno, Maria José Rubio, Marc Fuertes-Alpiste, Núria Castells, Marta Minguela, Esther Nadal, Andrea Miralda, Rocío Pérez, Sandra Gilabert, Amelia Tey, Maria Feliu-Torruella, Lorena Jiménez, Josep Gustems, Mercè Navarro, Sílvia Burset, Carolina Martín, Teresa Lleixà, Ignasi Puigdellívol, Merche Ríos, Marta Gràcia, Àngels Morillo, Sonia Jarque, Fàtima Vega, Maria Josep Jarque, Montserrat Freixa, Pilar Figuera, Immaculada Dorio, Sofia Isus, Juan Llanes, Mercedes Torrado, Robert Valls, Marta Venceslao, Beatriz Jarauta, Francesc Imbernon, Serafí Antúnez, Joan-Anton Sánchez, Laura Pons, Elena Cano, Cristina Alonso, Juli Palou, Montserrat Fons, Teresa Mauri, Javier Onrubia, Rosa Colomina, Rosa Sayós, Anna Ginesta, Eugènia Arús, Zoia Bozu, Hervas, Gabriel.

 


Yo también soy Pansófica por eso me gusta aprender de Juana M Sancho

"Me han sorprendido quienes afirman que la pandemia ha revelado la desigualdad, ¿De verdad no lo sabían?" - El Diario de la Educación

https://eldiariodelaeducacion.com/2020/06/15/me-han-sorprendido-quienes-afirman-que-la-pandemia-ha-revelado-los-estragos-de-la-desigualdad-de-verdad-no-lo-sabian/?fbclid=IwAR04apwvLc5feFwyTatpZgtCFWqLsvBIT4yfCOl5-LLxmgJDBVD_dElW6_w
  • Juana M. Sancho tiene toda la experiencia que se puede tener enseñando. Desde la escuela de párvulos allá por 1970 a la enseñanza universitaria como catedrática en la Universidad de Barcelona. Hablamos con ella del sentido de la educación, de la evaluación y de la tecnología en estos meses.

Juana M. Sancho, catedrática de Tecnologías Educativas del Departamento de Didáctica y Organización Educativa de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona, hasido maestra de infantil, profesora y orientadora en secundaria. Ha pasado por la universidad y dedica buena parte de su tiempo a aprender y, hoy por hoy, a investigar.

Según su experiencia, el aprendizaje ya comienza desde el momento de la concepción y se alarga hasta el final de la vida de las personas. «El aprendizaje no tiene límites. El gran problema es que los sistemas educativos crean barreras, imponen límites y no tienen en cuenta ‘la mochila’ que el alumnado lleva a la escuela». Una buena enseñanza sería tener más en cuenta los aprendizajes que en este tiempo se han hecho más allá de los contenidos curriculares. Pero no solo ahora, durante la pandemia, sino convertir esto en algo cotidiano.

Una pregunta casi obligada, ¿Cómo has vivido este confinamiento? ¿Qué has aprendido?

Para mí el cambio es la vida, que es un constante devenir incierto. Ya lo dijo Heráclito hace muchos años: “Lo único constante en la vida es el cambio”. Así que mi predisposición siempre es positiva porque sé que no hay nada que sea estable, que todo puede variar en un segundo. Pero mi lema es convertir los problemas en posibilidades. Como normalmente trabajo mucho en casa (escritura, estudio…) y tengo muchos contactos con personas de otros lugares, el paisaje no ha sido nuevo, solo un poco más constante y sin matices. Lo que me ha afectado, una vez más, es la ignorancia y la prepotencia de quienes parecen saberlo todo y la codicia de quienes se enriquecen de las grandes desgracias. Me han sorprendido quienes afirman que la pandemia ha revelado los estragos de la desigualdad, la pobreza las brechas sociales, tecnológicas, educativas y sanitarias. ¿De verdad no lo sabían? Si son educadores ¿en qué mundo vivían?

Estoy siempre en modo aprendizaje, aunque me “aburre” un tanto (re)aprender lo que ya sabía, por lo que no he dejado de aprender.

¿En qué medida el mundo puede ser diferente tras la pandemia? ¿En qué aspectos?

Me gusta la historia, aprendo mucho de ella y, sí, el mundo será diferente, también lo es respecto a hace unos años, pero esto no significa que sea “mejor”. Esto dependerá de todos nosotros y, de momento, los indicios que tengo no me conducen a pensarlo. ¿Que utilizaremos más tecnologías digitales? El tema es cómo, para qué y en beneficio de quién. Que seremos más responsables: miremos a nuestro alrededor.

En tu artículo “Evaluar en un contexto de aprendizaje diferente” decías que el alumnado está aprendiendo de forma diferente en contextos diferentes. ¿Hasta qué punto esto es así cuando durante este confinamiento se han reproducido también por parte del profesorado comportamientos y prácticas educativas muy convencionales que han prescindido totalmente de la singularidad de esta nueva situación?

Tengo una larguísima trayectoria docente e investigadora y me sigue sorprendiendo que continuemos superponiendo “escuela” con “educación”, “aprendizaje” con “memorización y repetición”. Lo que he argumentado y hemos constatado en distintas investigaciones es que el aprendizaje, la educación, comienza desde la misma concepción. No es lo mismo crecer en el vientre de una mujer en un contexto social, cultural, económico y tecnológico que en otro. Y sigue desde el momento del nacimiento a lo largo de toda la vida. La escuela, como dispositivo educativo (Foucault), como tecnología de la educación (Mecklenburgers), se creó para que el alumnado pudiera aprender aquello que no le podía proporcionar su medio, el saber disciplinar. También como forma de constituir las naciones y de inculcar las ideas religiosas. Pero el aprendizaje no tiene límites. El gran problema es que los sistemas educativos crean barreras, imponen límites y no tienen en cuenta “la mochila” que el alumnado lleva a la escuela. Un bagaje que a veces lo hace volar y otras no lo deja remontar. Porque, como argumentaba Berstein, la escuela pide al alumnado que “deje su identidad en la puerta”.

Estos días, el alumnado ha vivido intensamente todas las dimensiones de su bagaje. Y, como no podía ser de otro modo, lo ha hecho de forma muy diferente. Pero consciente o inconscientemente, todos han aprendido. El profesorado también. Y ha sido un aprendizaje encarnado que probablemente les está afectando más y recordarán más que los “contenidos” factuales y declarativos de la escuela. Hagamos aflorar y compartamos esos aprendizajes. Pero no solo en tiempos de “pandemia” sino en todos los momentos.

¿Podrías poner un ejemplo de buena práctica educativa?

“Lo bueno” y “lo malo” dependen de la finalidad y la escala de valores. Para mí, un ejemplo de educación con sentido es la que tiene en cuenta, sobre todo, al alumnado. También al profesorado. La que permite a ambos, pero sobre todo al primer colectivo, encontrar su propio sentido, conocerse, conocer al otro y al mundo que nos rodea, no para explotarlo para su conveniencia, sino para respetarlo y para fomentar el bien común.

¿Y otro de mala praxis?

Una educación subordinada y sin sentido sería todo lo contrario.

¿Cómo ves el uso de las tecnologías en las diversas etapas educativas: desde Infantil hasta la universidad? ¿Hasta qué punto las controlamos y las ponemos al servicio del conocimiento más innovador o, por el contrario, se imponen las plataformas de negocio que acaban dominando, uniformizando, pervirtiendo el sentido de la educación?

Si nos referimos a las tecnologías en general, la variedad es infinita. Desde el diseño de los edificios, hasta los utensilios utilizados, pasando por las tecnologías organizativas y simbólicas varían según la economía y los supuestos pedagógicos. Con las digitales pasa un poco lo mismo. Podemos encontrar desde las aplicaciones más tradicionales basadas en el conductismo más simple, hasta las más sofisticadas y pretendidamente abiertas e interconectadas basadas en las llamadas tecnologías persuasivas. El gran problema, para mí, es que todos los entornos, pensados para la educación o no, están diseñados y controlados por las grandes compañías. Son las que deciden “cómo personalizar” el aprendizaje, qué van a hacer con nuestros datos y qué nos van a vender. El gran reto para mí es poder entender el entramado de intereses que hay detrás de las tecnologías digitales y poder impulsar sistemas que respondan al tipo de educación que queremos.

¿Cómo ves el futuro de la enseñanza online en la enseñanza superior en diversos países y en el nuestro? ¿Ha venido para quedarse? ¿Te imaginas una universidad sin presencialidad?

La enseñanza a distancia no es nada nuevo y ha posibilitado que muchas personas pudieran acceder a estudios que no podrían cursar de otro modo. La enseñanza en línea está creciendo y, según los indicios, así seguirá. Lo que apuntan las tendencias es un crecimiento considerable de la iniciativa privada que, de hecho, ha comenzado a ocuparse de la gestión de esta modalidad de enseñanza en el sector público. El tema vuelve a ser el sentido, la calidad y el rigor de la propuesta y si la enseñanza universitaria se convierte en una academia de formación profesional avanzada, con docentes infraempleados, o lucha por una formación rompedora que no se “adapte” a las “necesidades del mercado” sino plantee nuevos horizontes para la sociedad.

¿Qué cuestiones prioritarias debería recoger una agenda para el cambio educativo en España?

Me resulta difícil responder esta pregunta de forma rápida y sencilla. Quizás lo que habría que plantearse es: 1) ¿En qué tipo de sociedad vivimos y qué problemas genera?; 2) ¿Qué tipo de sociedad y, por tanto, de economía, cultura y tecnología queremos contribuir a construir?; 3) ¿Cuáles son las necesidades educativas de cada segmento de esta sociedad?; 4) ¿Qué sabemos de cómo los individuos aprenden?; 5) ¿Qué sabemos y qué tendríamos que “inventar” para dar respuesta a estas necesidades? y 6) ¿Cómo evaluar los distintos procesos y no solo lo que los individuos son capaces de contestar en una prueba de papel y lápiz?

¿Qué hacer para superar la permanente oposición entre contenidos y competencias? ¿Qué aportan al respecto los debates en torno al currículo?

Unir y no dividir. Yo no entiendo esta división. Puedo aprobar las preguntas de un examen, porque me las he aprendido de memoria o las he copiado. Pero yo no sé, si no sé hacer, si no sé interpretar, si no sé contextualizar, si no puedo transferirlo a otros contextos, si no lo puedo analizar críticamente y si no lo sé explicar. ¿Qué entendemos por aprendizaje? ¿Qué entendemos por conocimiento? Para mí son las preguntas que enmarcan ese gran debate.

En tus numerosos viajes y contactos con países de medio mundo, ¿qué preocupaciones y debates has percibido últimamente como más interesantes pensando en nuestro sistema educativo?

Muchos, pero, sobre todo, la necesidad de “conectar” con el alumnado, de ponerlo en el centro del aprendizaje, de actualizar los discursos educativos y lograr que la escuela sea considerada y reconocida como un lugar “para aprender”, no solo para encontrarse con los amigos y/u obtener un diploma. También el tema de la formación del profesorado, de sus condiciones de trabajo y su compromiso profesional. Y algo que “late”, la importancia de la investigación educativa y la formación de los formadores de formadores.

En algunos de tus escritos sostienes que los momentos de cambio educativo consisten en transformar la evaluación del aprendizaje en la evaluación para el aprendizaje. ¿Podrías ampliar esta tesis?

Otro tema de gran calado. Cuando le pregunto a un estudiante, cuando corrijo un trabajo, no solo miro lo que “no sabe”, sino qué me dice de lo que está aprendiendo y cómo le puedo ayudar a mejorar. En vez de afirmar, hago preguntas. Voy a poner un ejemplo, hace ahora ¡42 años!, cuando a un alumno de 1º de EGB le puse una suma como esta: 36 +37. Respondió: 109. Le iba a decir qué estaba mal, pero le pregunté cómo la había hecho. Y me dijo, muy fácil, 3+6 = 9; 3+7= 10. Entonces pensé que alguien le habría enseñado a sumar así y yo había comenzado a hacerles sumar sin preocuparme de lo que ya sabían. Para mí fue una gran lección que años más tarde puede denominar como “evaluación para el aprendizaje”.

Las reformas educativas tienden a ser grandes discursos de retórica política acompañados de una amplia legislación, que no acaban de calar en la realidad cotidiana de los centros ni en las prácticas docentes, ¿Qué hacer para revertir mínimamente este divorcio?

Siempre utilizo la película de Almodóvar: Hable con ella. Miremos y escuchemos a las instituciones y a quienes la habitan: docentes, estudiantes, personal educativo, familias… Establezcamos un diálogo educativo que nos permita aprender a todos. Reconozcamos sus valores y la labor que realizan. Ayudémosles a situar sus desconciertos, preocupaciones y problemas. Escuchemos sus necesidades. Ellos son la mejora, ellos son el cambio. Sin ellos las políticas y sus impulsores pasan, son estrellas fugaces, ellos, sus prácticas e inercias permanecen.

¿Podrías citar alguna reforma que suponga un avance esperanzador en este sentido?

Lo veo un tanto difícil. A la que he visto más cerca es a la “jaleada” reforma del 2016 en Finlandia. Sí, se implicó más a algunas escuelas, se hicieron investigaciones previas. Pero, en profundidad, poco ha cambiado. Hay otras como las de Ontario, Irlanda, Escocia o California, pero sin grandes transformaciones. Los sistemas educativos son bastante mastodónticos.

De tus numerosas investigaciones, ¿podrías citar alguna de la que te sientas especialmente satisfecha por la repercusión que haya podido tener en la práctica docente?

Es algo muy difícil. La investigación transita mal a la práctica docente porque como decía Lawrence Stenhouse, “nadie puede poner en práctica las ideas de otro”. Recientemente la que ha despertado mucho interés por parte de los docentes ha sido APREN-DO: Cómo aprenden los docentes: implicaciones educativas y retos para afrontar el cambio social, de la que acabamos de publicar: ¿Cómo aprenden los docentes? Tránsitos entre cartografías, experiencias, corporeidades y afectos. Las actividades de divulgación realizadas (simposio, talleres) conllevaron distintas demandas de centros para que acompañásemos sus procesos de transformación.

¿Podrías mencionar alguna persona que en el campo del pensamiento y la reflexión educativa te haya acompañado de manera muy cercana y te siga sirviendo como referente?

A lo largo de mi larga trayectoria he tenido la oportunidad de leer (leo en varias lenguas) y conversar, intercambiar y colaborar con autores renombrados (Basil Bernstein, Michael Young, John Elliot, Jerome Brunner, Michael Fullan, Andy Hargreaves y un largo etc.). Pero también he aprendido mucho de mis estudiantes (he impartido clases en párvulos -creo que con ellos “aprendí a ser maestra”, EGB, educación secundaria y de adultos en Inglaterra y Universidad; también he sido orientadora en un instituto de bachillerato). Lo aprendido de todos ellos es inenarrable. Y también, como no, con los colegas del grupo de investigación Esbrina y de REUNI+D. El aprendizaje es relacional y yo voy siendo en un entramado de personas, contextos y situaciones.

Tras dos años de jubilación, y volviendo la vista atrás, ¿cómo ves tu paso por la universidad? ¿Qué has aprendido de ella? ¿Y de tus alumnos?

Creo que de algún modo está contestada. La Universidad tiene sus pros y sus muchas contras, pero he intentado fomentar todas aquellas dimensiones derivadas de la “libertad” de ser una “funcionaria pública” comprometida y responsable y, una vez más, convertir cualquier problema en una oportunidad.

¿Y qué te hubiera gustado aprender, pero no ha sido posible?

¡Muchas cosas! Soy bastante pansófica, no en el sentido de quererlo enseñar todo, sino de aprenderlo todo. Me gustaría saber más Matemáticas, Física, Química… Pero, sobre todo, me gustaría conseguir tocar con fluidez la flauta travesera y poner sobre el papel muchas de las imágenes que pueblan mi mente. Soy muy visual.

¿Y qué recuerdo conservas de tu experiencia como maestra en aquella lejana escuela rural de los años setenta?

Como he comentado antes, en la escuela rural de Paniza, con mis alumnos y alumnas de 4 y 5 años “aprendí a ser, más bien, a devenir maestra”. Aprendí la responsabilidad que implica nuestro trabajo, todas las dimensiones del no-saber, el papel de los afectos, del respeto e importancia de mirar al otro a los ojos. Lo increíble ha sido el regalo que me hicieron mis párvulos 49 años más tarde, organizando la Jornada Educativa: Paniza por la Educación. Párvulos 1970-1972. Afectos, Implicación y Responsabilidad.

¿Qué piensas que nunca cambiará en la educación?

Depende de cómo se interprete la pregunta. Nunca cambiará el proceso educativo, va con nuestra naturaleza, sea en el entorno o en otro, ya tome un sentido u otro. Si pienso en la escuela, algún aspecto siempre está cambiando, que sea en profundidad y con distintas metas y medios, depende de todos nosotros.

¿Un sueño?

Una utopía. Un mundo vivible para todos sus habitantes, humanos y no humanos, vivos e inertes. Donde el sentido sea el bienestar de todas y cada una de las personas, el conocimiento y la cultura y no el poder, la codicia, la prepotencia y el sometimiento.


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Entrevista con Satish Kumar, el sabio de la ecología profunda

“El caos climático es una oportunidad única para rediseñar nuestra sociedad”

Entrevista con Satish Kumar, el sabio de la ecología profunda. Por Koldo Aldai

Satish KumarNace en Rajastán (India) en 1936. A los 9 años se hace monje jainista. Peregrina por el mundo, a pie y sin dinero, durante dos años a favor de la paz (*). Inspirado por Gandhi, funda en 1968 la London School of Non Violence. En 1973 comienza a editar la revista Resurgence, que promueve la no-violencia, la sostenibilidad, el arte y la filosofía holística. En 1982 crea el Small School, hoy un modelo de educación y aprendizaje. En 1991 funda el Schumacher College, centro internacional dedicado al estudio de los valores, ecológicos, sociales y espirituales. Suyo es  el lema “Tierra, Alma y Sociedad” (**), que ha levantado un movimiento a escala planetaria (en Mallorca existe el grupo “Poc a poc”, inspirado por él.). Más que heraldo de la catástrofe, es explorador del cambio por venir, diseñador de un nuevo mundo en el que prima el cuidado del espíritu, el trabajo con las manos, las relaciones humanas, la calidad de vida… Su diagnóstico es muy severo, pero su alternativa es igualmente esperanzada. Interpreta el cambio climático en clave de magnífica oportunidad para variar el rumbo del actual modelo desarrollista hacia el abismo.

¿No hay una vuelta hacia atrás en sus propuestas? La visión ecológica del mundo es muy bella. No se trata de ir hacia atrás, sino hacia delante. Ir de la cantidad a la calidad; dejar de ser un mero consumidor y convertirse en un productor, en un creador.

Mucha fe concentrada en las manos… Las dos muy útiles manos que nos han sido dadas, hoy apenas las utilizamos si no es para sujetar el teléfono. Sin embargo, podemos valernos de ellas para transformar los materiales en obras de arte. Entonces ese arte también te transforma a ti y de repente te conviertes en artista. El artista no es un tipo especial de persona, cualquier persona es un tipo especial de artista. Otro tanto ocurre con los pies. Vivimos en una sociedad que parece que no tuviera  pies. Hemos perdido el hábito de andar.

Uno de sus lemas es: “La naturaleza no nos pertenece a nosotros, nosotros pertenecemos a la naturaleza”. La idea de controlar la naturaleza deriva de la falta de paz. El sentimiento de propiedad nos lleva a dañar la Tierra. No tenemos propiedad sobre ella, sino relación con ella. Somos un microcosmos dentro de un macrocosmos. No hay nada en la Tierra que no esté en nosotros. Un ser humano no posee a otro ser humano. El hombre no domina a la mujer como se llegó a pensar, sino que ella es su complemento.

Todo apunta a la necesidad de un cambio profundo de conciencia… En los dos últimos siglos nos hemos ido alejando más y más de la naturaleza. Hemos llegado a pensar que la naturaleza está ahí fuera y que nosotros no somos naturaleza. De ahí que pensemos que podemos dominarla para nuestro exclusivo beneficio. Esta manera separatista de ver las cosas es la que ha creado el caos. La economía inspirada en esta filosofía está fracasada desde el momento en que no le da su valor a la naturaleza y la reduce sólo a una fuente de recursos.

Su diagnóstico es severo: habla de “caos”, ni siquiera de “crisis”… Si conseguimos volver a unir humanidad y naturaleza, podremos solucionar el caos climático y crear una nueva relación con el mundo. El caos climático nos proporciona una posibilidad única para rediseñar nuestra sociedad. Afrontamos el desafío de volver a inventar la civilización. Esta sociedad industrializada fue creada por las mentes humanas hace apenas 200 años. Lo que ha sido creado por nuestras mentes, puede ser cambiado también por ellas. La economía basada en los combustibles fósiles no es natural, ni ha sido impuesta por Dios. Podemos crear una nueva economía sostenible, solidaria y duradera. Deberemos quizás llevar una vida más sencilla, pero que puede ser muy elegante.

¿Imaginación al poder? La belleza emerge al poner tu mente, tus manos y tu corazón al servicio de algo. La economía de los combustibles fósiles ha reducido nuestra creatividad. También ha generado el caos humano. Creemos lo nuevo en el cascarón de lo viejo. Sin imaginación no podremos implantar una economía ecológica, basada en energías renovables.

¿Pesimismo ante el horizonte? No podemos participar del movimiento del miedo. No deberíamos guiarnos por el catastrofismo, sino por el poder del amor. Hemos de abrazar esta hermosa oportunidad de cambiar este paradigma y no desesperar. Se trata de redescubrir nuestra sabiduría perenne, la de nuestros abuelos… Podemos hacer hermosos objetos con el mínimo uso de energía y con la máxima calidad. La alternativa a la energía de los combustibles fósiles es la energía de las manos. ¡Conservemos nuestras manos!

Su fe en el ser humano no tiene límites… Somos seres humanos, no engranajes. Cada uno es un Jesús, un Gandhi, una Madre Teresa… en potencia. La fuerza interior de una sola persona es inconmensurable. Nos equivocamos si creemos que yéndonos a otro país tendremos una vida mejor. Hemos de usar nuestra imaginación para transformar el lugar en el que estamos ahora.

¿Cómo se concreta en la vida diaria el principio de sencillez? Transformar el modo occidental de vida y edificar una sociedad más holística, gandhiana y sostenible evidentemente lleva su tiempo. Invertimos demasiadas horas en ganar dinero. Olvidamos otro tipo de tareas como cocinar, cultivar el huerto o el jardín, salir a la montaña… Todo puede ser transformado en actividad espiritual. La espiritualidad es al fin y al cabo hacer las cosas con alegría, placer, belleza, creatividad…  Es preciso llevar la espiritualidad a todos los ámbitos de la vida cotidiana

Menos trabajar y menos tener… La gente quiere ser feliz y el materialismo lleva justamente a lo contrario. La felicidad no consiste en la cantidad de cosas que poseemos. La misma idea de la propiedad encarna cierta violencia. Necesitamos reducir nuestros enseres, trabajar menos y así disponer de más tiempo para el cultivo de nosotros mismos. Necesitamos enfocarnos en la calidad de vida y de relaciones y no en la cantidad de bienes. Mantener nuestro nivel de consumo nos obliga a trabajar en exceso, pero la producción en masa va en detrimento de la belleza y de la naturaleza. Podemos reducir el horario laboral, irnos a vivir junto a la naturaleza, adquirir el hábito de comer orgánico, sano, limpio, sabroso…

¿Respaldaría Ghandi la revolución de las nuevas tecnologías? Él estaba en contra de que el ser humano sirva a la tecnología, no de que la tecnología sirva al ser humano. Podemos utilizar Internet para enviar una carta amistosa o para confrontar. Lo fundamental reside en la intención. Si quieres conquistar, atacar, explotar… incluso un trozo de papel y un lápiz pueden ser peligrosos.


(*) Peregrino por la paz
Inspirado por Bertrand Russell, Satish Kumar realizó de muy joven un peregrinaje a pie por la paz, llegando a caminar 8.000 millas desde la India hasta Europa y luego en los Estados Unidos. Caminó sin dinero, confiando en la generosidad de la gente, desafiando todas las inclemencias, atravesando desiertos y montañas. A lo largo de su hazaña, vivió el encarcelamiento en Francia, fue amenazado a punta de pistola en EE UU y entregó paquetes de “té de la paz” a los líderes de los cuatro poderes nucleares de la época.

(**) “Tierra, Alma y Sociedad”
Para Satish Kumar el reabastecimiento de la Tierra, el Alma y la Sociedad representa la gran tarea de nuestros tiempos. Los tres empeños se complementan:

  • La Tierra, el planeta, del que depende nuestro sustento. Más que un objeto de utilidad es el símbolo de la vida. Se nutre al compensarle la pérdida que le hemos causado.
  • El Alma. Necesitamos purificarnos interiormente mediante nuestras prácticas de vida. No podemos cuidar de la Tierra y la Sociedad sin cuidar de ella. Está muy desgastada. Se nutre del silencio, el estudio, el consumo justo, el contacto con la naturaleza, el conocimiento de uno mismo…
  • La Sociedad significa un orden basado en entregar y recibir: reciprocidad y mutualidad. Se nutre desde el agradecimiento por su legado cultural y desde la actitud de querer corresponder con nuestra aportación personal, nuestros talentos, trabajo, conocimiento…

Esta entrevista fue realizada en 2007, en Mancor del Vall (Mallorca), en el marco de los terceros encuentros organizados por el movimiento Poc a poc (www.pocapoc.org) bajo el título genérico “Tierra, alma y solidaridad”.

– See more at: http://www.dialogales.org/index.php/35-secciones/entrevista/50-entrevista-con-satish-kumar-el-sabio-de-la-ecologia-profunda#sthash.2GQmue2T.dpuf


Ligereza….Pepa Horno

http://www.pepahorno.es/el-despues-2/

Siempre me impresiona ver cómo los seres humanos con historias, situaciones y caracteres tan diversos podemos vivir de forma tan similar las experiencias humanas radicales. No ocurre con las intrascendentes o con las pequeñas, pero sí con las radicales. Solemos decir que hay muchos modos de vivir el dolor, el amor, la muerte o la enfermedad. Sin embargo, conforme pasan los años, yo tengo cada vez más la sensación de que existen unos mimbres comunes al psiquismo humano que hacen confluir las vivencias cuando son radicales. Confluir, eso sí, siempre de forma polarizada, en lo bueno y en lo malo, sacando lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Me está ocurriendo con todo lo que nos está pasando. La primera semana toda la gente con la que conversaba andaba con cierto aire de irrealidad. O bien irrealidad por el dolor abrumador que le estaba llegando y que le tenía noqueado, o bien irrealidad por centrarse en esa parte luminosa que esta experiencia nos ha traido también, pero obviando el dolor y la intemperie. La segunda semana fue más confusa, pero la tercera sin dudarlo llegó la carga de profundidad. Muchas personas a mi alrededor entraron en crisis. En unos casos por el dolor vivido en situaciones tan surrealistas, tan inimaginables hasta ahora que se quedaban sin recursos para afrontarlo. En otros casos porque el confinamiento, la falta de libertad y la dimensión global de lo que está sucediendo les llegaba incluso a sus espacios protegidos y les empezaba a pasar factura. Me pareció un proceso similar a cuando vas de viaje o de vacaciones, las primeras dos semanas suelen ser de vivencias pero sigues muy activado mentalmente bien al trabajo del que no has desconectado, bien a la vivencia y descubrimiento del viaje. Es normalmente en la tercera semana cuando si estás de viaje, empiezas a añorar y si estás de vacaciones, a descansar.

Y luego llegó la cuarta. Y ahora la quinta. Y en la cuarta apareció el “después” tímidamente. En la quinta ya aparece casi constante en las conversaciones. ¿Cómo afrontar el “después”?

Y yo no paro de recordar algo que he aprendido en mis viajes por el mundo. Lo aprendí especialmente en Centroamérica. Allí muchas veces conversaba con las asociaciones, entidades e instituciones con las que trabajé que me sorprendía la escasez de inversión en infraestructuras para territorios tan pequeños e incluso en zonas de niveles económicos más elevados. También pasaba en la vida personal, veía cómo la gente invertía mucho en viajar, en educación, pero no tanto en sus casas. Hablo, claro, de un nivel económico medio. Al hablarlo en diversos países las explicaciones coincidían. Ellos decían: “¿Para qué vamos a invertir en cosas que se van a destruir? Cuando no es un terremoto, es un huracán y si no un maremoto”. Es una región acostumbrada a la fragilidad. Cada cierto tiempo la naturaleza llega a impone su presencia. Siempre me impresiona en las casas de mis amigos de algunos países de esa región ver las bolsas que hay junto a las puertas. Son unas bolsas pequeñas que tienen listas para cuando estalle un terremoto tenerlas a mano para salir: una muda de ropa, la documentación, algunas medicinas, un par de fotos.. poco más. En la puerta de la entrada de la casa. En general, en Latinomérica y el Caribe y en Africa la gente vive muchísimo más conectada a la naturaleza, para venerarla, para temerla o para expoliarla..pero conectados. No ocurre lo mismo aquí en Europa.

Pero hay un concepto que aprendí entonces y esta semana ha vuelto a mí una y otra vez: ligereza. Cuando pienso en el después, intento centrarme en cómo vivir la vida yo, cómo hacerlo con mi hijo. No quiero pensar tanto en el cambio global, porque me surge la rabia, sino en mi cambio personal, en cómo gestar una vida más humilde y más sostenible, en qué cosas quiero cambiar, en cuáles son los parámetros en los que habré de aprender a vivir. Y qué podré ofrecerle a mi hijo. Y me surgen algunos parámetros que quiero compartir.

El primero es el cambio constante. Ya sé, ya sé que la vida es cambio. Aún recuerdo aquel aprendizaje de Asia: “The Mekong always flows and flows in the same direction”, hagas lo que hagas, el Mekong siempre fluye y fluye en la misma dirección. Pero para mí se va imponiendo la sensación de que va a tocar aprender a vivir en un mundo que cambie constantemente, un mundo en el que la permanencia no sea posible. Un mundo en el que toque migrar porque una tierra se convierta en invivible, o porque desaparezca o porque esté tan contaminada que no sostenga la vida. Un mundo en el que toque cambiar de casa y de lugar y de trabajo y de… cambiar. Toca aprender a no permanecer. Nosotros, los humanos; yo, la primera, estamos tan aferrados a nuestros lugares, nuestras costumbres, nuestras tradiciones.. Nos toca en cierto sentido volver al origen del ser humano, cuando se movia donde era necesario para sobrevivir. Las grandes migraciones han sido una constante histórica, pero ahora los movimientos racistas y clasistas que están teniendo un auge increíble en Europa son justo para poder permanecer y no movernos de donde estamos, para que no nos “quiten” lo que nosotros construimos a partir de lo que quitamos a otros.

Y en ese cambio entra la ligereza. Soltar las cosas, las posesiones, las relaciones..soltar.  Este ejercicio que mucha gente propone estos días de intentar pensar en qué meterías en una maleta si fuera lo único que te pudieras llevar de tu vida tengo la sensación de que va más allá de una imagen, de que nos conviene pensarlo de verdad. Como las bolsas de entrada de casa de mis amigos.

Soltar hasta la vida, porque no sabemos a quién le llegará el virus, éste y los siguientes que vendrán. No sabemos a quién le tocará irse y a quien permanecer un poco más. Por supuesto hay factores estructurales y políticos. Permaneceremos más los que tengamos un sistema de sanidad público y sólido, los que invirtamos en investigación y sobre todo los que construyamos alianzas entre pueblos y naciones que posibiliten la supervivencia. Pero para eso… falta mucho, o quién sabe si llega.

Pienso en la vida de mi hijo, y siempre pensé que lo mejor que podía enseñarle era a saber adaptarse a los cambios. Dormir en cualquier sitio, comer cualquier cosa, abrir nuestra casa cuanto hiciera falta, adaptarse, viajar, conocer otras culturas, otras formas de vida…entender que no es posible comer en el mismo plato, en la misma mesa, la misma comida y a la misma hora. Pero ahora es más si cabe.

El segundo parámetro con el que habrá que aprender a vivir es el miedo global. Y el miedo lleva a la desigualdad, porque lleva a la parte más animal del ser humano, a su necesidad de supervivencia. Ya cuando escribí “Educando la alegría” lo hice porque estaba asustada de la cantidad de miedo que les estamos inculcando a los niños y niñas en la educación, el tiempo que pasamos hablandoles de la parte más horrible del mundo, de todo lo malo que podía pasarles. Les enseñábamos a no salirse del redil, a buscar la seguridad. Y ahora? Ahora eso se va a volver radical. Porque el miedo es estructural, es como si lo pudiéramos mascar. Estamos enfermos de miedo.

¿Cómo pelear contra esa enfermedad? ¿Cómo hacerlo yo y cómo enseñar a mi hijo a hacerlo? Enseñarle a confiar, a dejarse en las experiencias, a pensar más que nunca en que pueda gozar la vida. ¿Cómo amar y arriesgarse a amar a pesar del miedo? Porque para amar hace falta correr riesgos.

Pero el miedo es global, aquí no hay bandos que valgan, por mucho que a corto plazo se va a incrementar de un modo espeluznante la desigualdad social.  Al final todos somos uno. Y a medio plazo aprenderemos que la humanidad es una, una sola especie, una sola mente, una sola entidad.

Y hay un tercer parámetro que, sin embargo, en este caso no es nuevo para mí. Es un parámetro de vida en el que me toca reafirmarme: el encuentro humano. No sé qué ocurrirá, no sé cuanta permanencia me será regalada. Lo que sí sé es que, sea la que sea, la quiero vivir en tribu, en comunión, en espacios de encuentro. Si puedo tocarme, mejor, si no, con la mirada, o con la palabra, o con los hechos. Pero no quiero vivir sin mi gente amada y aún más allá, sin la posibilidad de seguir conociendo y encontrándome con gente nueva. Quiero conversar hasta el último aliento, o compartir silencios, o mirar los bosques pero hacerlo de la mano de otros seres humanos. No quiero sobrevivir a cualquier costa. Nunca lo quise. Ahora menos.

Estos días, hablando del después, me comentan cosas muy diversas. Por un lado que se habla de recuperar los mercados al aire libre, las estructuras pequeñas que son más inocuas, revisar el tema de los aires acondicionados. Pero por otro las empresas invirtiendo en grandes servidores que permitan trabajar en sucesivos confinamientos, incrementar la potencia de la red que es parte justamente del problema, pero que ahora mismo salva tanto y a tantos. Me hablaban de una vida más sencilla, más de campo. Pero por otro de una crisis económica imposible de dimensionar, y de la pérdida de avances sociales que parecían incuestionables. Me hablan de muchas cosas que son cambios estructurales, no son temporales. No sé cuántos de estos cambios se harán realidad.

Sólo sé que cuando visualizo qué haré el primer día que salga de casa lo tengo claro. Bajar a la cala de debajo de casa y meterme en el agua del mar con mi hijo. Sin más. Y honrar el privilegio de estar viva, de ser amada y amar, de estar aquí y ahora. Y, poco a poco, fluiré donde decida el mekong. Porque toca ser humilde de una vez por todas, reconocer que no controlamos, que hemos sido tan engreídos como para creernos más fuertes que la naturaleza y que la vida. Lo que me queda es aprender a vivir con estos nuevos parámetros que están por llegar. Y confieso que no sé si sabré adaptarme del todo. Confío en que mi hijo y los niños y niñas que amo sí lo sean.

Os abrazo largo,


Educación lenta: menos, es más

https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/21/educacion-lenta-menos-es-mas/

 

Enrique Javier Díez Gutiérrez.

En este tiempo de coronavirus y encierro, en donde a veces parece como si “perder clases”, en estos meses de estado de alarma, implicara que nos estamos jugando el futuro educativo de las próximas generaciones, quizás sea el momento para retomar y replantearnos un modelo de “educación lenta”.

Entroncada con la filosofía del decrecimiento se plantea la slow education (1). Una filosofía de la educación donde se prima el proceso de aprendizaje, se centra el esfuerzo en facilitar las estrategias para la reflexión crítica, el análisis en profundidad y se tienen en cuenta los distintos ritmos de maduración; frente al modelo tradicional de primar los resultados, memorizar para continuos exámenes y avanzar en el temario acumulando contenidos.

La educación es un proceso a largo plazo. Los autores de Elogio de la educación lenta (Joan Doménech) o La pedagogía del caracol (Gianfranco Zavalloni), nos recuerdan la imperiosa necesidad de parar los pies a las prisas y la intensificación del trabajo, a las presiones y el estrés, que son contraproducentes para cualquier proceso de aprendizaje en profundidad. Nos piden recuperar el tiempo de aprender con profundidad y con sentido, retomar un ritmo más pausado de aprendizaje. Sobre todo, en un momento de crisis como éste, donde el alumnado quizá necesita mucho más del acompañamiento y el cuidado, y la posibilidad de reflexionar sobre la experiencia que están viviendo, cómo le ha impactado a cada uno, a sus familias, a su entorno y a su barrio o su pueblo. Y los adultos debemos aprender a “perder el tiempo” en escucharles y acompañarles.

Más contenidos no es sinónimo de mejor educación. Por eso debemos cuestionar la intensificación del trabajo escolar. Desocupar el tiempo de tantos deberes (las investigaciones señalan que hacer más deberes no necesariamente mejora el rendimiento académico) y actividades a veces repetitivas, en bastantes casos ligadas a contenidos y conocimientos desvinculados y fragmentados, que provocan aprendizajes efímeros. Replantear el currículum sobrecargado de temas y contenidos, para centrarse en lo realmente sustantivo, los aprendizajes comunes y básicos que realmente deben ser comprendidos y adquiridos por todo el alumnado. Haciendo una propuesta con sentido común, frente a esta ola, cada vez más acuciante, de teaching for test, que exige centrar la docencia en la preparación y “entrenamiento” para superar reválidas, exámenes y evaluaciones estandarizadas y obtener resultados que sitúen al centro en lo alto de los rankings escolares.

Quizás, entonces, se podría tener tiempo para trabajar más reposadamente, más profundamente, destinando tiempo a la reflexión, a la lectura, a la contemplación, al disfrute, a la relación. Para organizar el proceso de enseñanza-aprendizaje adecuado a los ritmos de un alumnado diverso, pudiendo llevar a cabo una auténtica “educación lenta y serena”, que cuestione la cultura de la cantidad y de la acumulación. Disfrutar de un tiempo pausado y sensible en el que más que aprendan muchas cosas, las aprendan bien.

También para reconquistar el tiempo personal, y poder dedicarlo a otras actividades, que implican no solo aprendizajes valiosos sino que nos ayudan a realizarnos: la solidaridad con los vecinos y vecinas que no pueden salir de casa, el desarrollo del lenguaje y la comunicación con quienes viven el confinamiento solos, recuperar los espacios del hogar como áreas de experimentación “científica” (cocina, plancha, lavadora) y compartir las tareas de forma igualitaria, analizar la realidad que están viviendo y las noticias que ven, el desarrollo de actividades culturales (estos días a distancia), el compromiso con los movimientos sociales (en las redes durante este confinamiento), o incluso simplemente “mirar por la ventana y ver las nubes en el cielo”, como dice Zavalloni.

Menos, es más, nos dice la educación lenta. Por eso, para poder llevar a cabo una educación lenta, más reposada, más inclusiva, donde se pueda personalizar más el proceso de aprendizaje, garantizando un currículo común, y sea posible atender más a la diversidad de forma inclusiva, es necesaria menos ratio, menos número de alumnado por profesor. Tras una larga etapa de recortes de profesorado y de sus condiciones laborales y profesionales, es el momento para apostar de forma decidida por un modelo de educación pública inclusiva y lenta, con los recursos suficientes para que éste modelo se pueda llevar a cabo.

Debemos aprender de este tiempo de crisis. No solo aprender que hemos de educar y apostar socialmente por el apoyo mutuo, el valor de lo común, de la solidaridad y los cuidados, frente al dogma neoliberal del capitalismo. Ciertamente es crucial aprender que el capitalismo neoliberal es la pandemia subyacente que hemos de superar, como explican los filósofos Slavoj Zizek, Byung-Chul Han o el pedagogo Henry Giroux, analizando su ideología virulenta de competitividad extrema y egoísmo irracional. Pero, si realmente no queremos que nadie quede atrás, también en educación, debemos aprender también de la experiencia educativa que hemos vivido en esta crisis del coronavirus.

Franco «Bifo» Berardi, en su Crónica de la psicodeflación, constata que “podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud”. En nuestras manos está.

 

(1) Maurice Holt fue el principal impulsor de la slow education en Europa, a partir de la publicación, en 2002, de su artículo-manifiesto titulado: It’s Time to Start the Slow School Movement, en la revista Phi Delta Kappan.